La muerte. La asociamos de una manera consciente a un miedo irracional, nos genera ansiedad, angustia, dolor. No hay nada en este mundo capaz de hacer tanto daño a una persona como la muerte de un ser querido.
Si pensamos en el simbolismo de la muerte, nos damos cuenta de que significa el fin de algo positivo, costumbrista o incluso rutinario. Cavallier, nos habla de que no hablamos de la muerte de una tempestad y sin embargo, sí lo hacemos sobre la muerte de un bonito día.
Por otro lado, los ritos iniciáticos, nos “obligan” a ahondar en la muerte para poder tener acceso a una nueva vida, que traerán cambios significativos en la vida del iniciado.
También la simbología nos hace ver que si vivimos en lo material, cuando llega la muerte, caemos a los infiernos, mientras que si vivimos en lo espiritual la muerte nos desvela campos de luz (Cavallier).
Parece ser que todo lo que rodea a la muerte es misterioso, no podemos ver lo que ocurre al atravesarla. Hay oscuridad a nuestros ojos vivos, a nuestra luz diaria. Sin embargo, me gusta la filosofía que nos dice que la muerte es liberadora de las penas y del dolor.
El concepto de muerte, es muy amplio, hay mucha información al respecto, pero también ocultismo, tabú, prejuicios.
Yo por otro lado, intento quedarme con la parte positiva, como un pueblo cambia para quizás mejorar en su sociedad. O la muerte de viejas costumbres, que aunque positivas, siempre podrán ser sustituidas por otras mejores, más evolucionadas, incluso más accesibles a una sociedad más feliz y rica en valores.
Parece intrínseco en la muerte el concepto de evolución, ya que sin muerte, en los términos expuestos en esta breve reflexión, no hay evolución. Y la evolución, aunque incontrolable, se presupone positiva, con un impacto en las futuras generaciones, o a nivel de una vida, dejando una huella imborrable o imperecedera.